El patrón

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«Transhumanismo de la transcedencia»

Pongamos que estamos en 2030 y adquirimos mejoras cognitivas o físicas a través de dispositivos artificiales, mejoras farmacológicas e incluso quirúrjicas. Ahora tenemos la disponibilidad de ser oficialmente cyborgs, entidades biológicamente humanas que han sufrido mejoras artificiales para ir poco a poco elevándose como dioses de metal. Empieza a hacerse recurrente la idea de trascender, de perderle el miedo a la muerte y convertirnos en otra cosa. Quizá podamos salvar nuestros recuerdos, nuestra personalidad e incluso nuestra manera de actuar en algún dispositivo pero también nos acecha la duda de si realmente seremos nosotros mismos, si esos patrones que nos hacen únicos realmente somos nosotros o si, de lo contrario, dependemos única y exclusivamente de nuestra carcasa orgánica para que nuestra mente, esta recreación de la realidad que hemos ido formando a través de nuestros años de vida, sea específicamente nuestra.

El patrón es una versión actualizada de la teoría de la continuidad psicológica. Expresado en el lenguaje de la ciencia cognitiva, como seguramente lo haría el transhumanismo, lo que es esencial para nosotros es su configuración computacional como, por ejemplo, qué sistemas o subsistemas sensoriales tiene su cerebro, qué dominios y procesos cognitivos, la forma en que se integran los subsistemas sensoriales básicos en las áreas de asociación, los circuitos neuronales que componen su dominio de razonamiento general, su sistema de atención, el sistema reticular ascendente, los recuerdos, los manierismos, etc. En general, el algoritmo que calcula el cerebro y su manifestación más clara que es la consciencia.

Así, el debate se centraría en cómo cargamos todo esto que nos define como seres individuales, con libre albedrío y libertad de autodeterminación a un ente artificial y seguimos siendo nosotros mismos, si para que nuestra consciencia sea nuestra debemos seguir mantiéndola en una dependencia clara a través de un sistema implementacional neuronal y cerebral o si, de lo contrario, es innecesaria. Dicho de otro modo, el patronismo nos desplaza ante una realidad dura que nisiquiera entra en nuestras cabezas: trascender implica tener un conocimiento cerca de lo perfecto no sólo de la vida, sino de la muerte. La muerte celular, la que no trasciende, la que se pudre. De hecho, para considerar la apelación sobre el patronismo ante el entusiasmo transhumanista, más cerca a veces de la ciencia ficción que de la ciencia propiamente dicha, deberíamos entender qué subyace a la carga y si ésta es implementable en otro entorno orgánico. Es decir, en otro cerebro.

Ahora nos vamos al año 2040, pero seguimos sin poder replicarnos en un entorno artificial y ser nosotros mismos. A través de las terapias y mejoras nanotecnológicas, se puede extender nuestra vida útil y, a medida que avanzan los años, continuamos acumulando mejoras de mayor alcance. Hablamos por supuesto de no sólo extender la vida y mitigar la senescencia, sino que al mismo tiempo que la extendemos tendríamos más años para mejorar, potencialmente hablando, nuestras capacidades innatas y nuestras habilidades extendidas. Es innegable volver a plantearse con ello, como anteriormente cito con el patronismo, si podríamos elevarnos como entes inmortales.

Para el 2060, después de varias alteraciones pequeñas pero acumulativamente significativas, ya seremos posthumanos. Nosotros, los posthumanos, seremos entes cuyas capacidades básicas superan tan radicalmente a las de los humanos actuales como para dejar de ser inequívocamente humanos según nuestros estándares actuales, y luego mejorarlos, o humanos que son el resultado de hacer muchas mejoras pequeñas pero acumulativamente profundas. Se plantea incluso que la evolucionabililidad se acelere en este sentido y que ciertos factores epigenéticos, ambientales, jueguen su papel a la hora de formar seres humanos cada vez más complejos en estos términos.

Si bien planteo que puede existir cierto mosaicismo o emergentismo artificial al afirmar que las mejoras pueden efectuarse poco a poco, una a una, o bien a través de la suma de esas mejoras podríamos tener un gran salto cualitativo que daría lugar, como se expresa en términos evolucionistas, al paso de una adaptación en una exaptación. Una exaptación es la combinación de un conjunto de adaptaciones que nos han permitido llegar aquí y que han dado lugar a otra cosa, una adaptación combinada y diferencial. Un ejemplo de exaptación podría ser el lenguaje, al menos en nuestro caso. Pero si hablamos de posthumanismo en el transhumanismo debemos tener en cuenta qué es lo que estamos sumando para saber qué es en lo que nos acabaremos convirtiendo. En este punto, por ejemplo, nuestra inteligencia no solo mejoraría en términos de velocidad de procesamiento, o percibir elementos del espectro cromático que antes no podríamos ni imaginar. Ahora podríamos hacer conexiones profundas que antes no tendríamos ni idea de que se podían hacer.

Podríamos percibir el tiempo de una forma totalmente distinta, acelerar toda nuestra conducta y nuestra cultura que a su vez interactuaría con nosotros para estimular lo que cada vez se vuelve más innato en nosotros. Esto ya es algo que nos ha pasado como, por ejemplo, el reciclaje neural de regiones posteriores de la corteza cerebral para formar y entender la escritura y la lectura, partiendo de cortezas que estaban especializadas en el uso de herramientas y en los patrones visuales o visoconstructivmos. En definitiva, los seres humanos no mejorados, o «naturales», ya nos parecen lejanos en el tiempo y, a su vez diversos, funcionalmente hablando, incapaces de acercarse un poco a las capacidades que haremos gala en el futuro

Llegamos a 2080 y probablemente habremos puesto nuestro punto de mira (de nuevo) en el espacio, de manera diferencial. Es decir, hemos encontrado maneras que puedan permitir nuestra pervivencia sin recurrir necesariamente a la viabilidad a través de la terraformación. Estaremos establecidos, al menos, en la superficia lunar, y asistiremos a sesiones informativas sobre la habitabilidad perpetua a través de colonias en satélites y planetas del sistema solar, y exoplanetas. Se seleccionarán a los más aptos para los viajes intersatelitales, interplanetarios e interestelares, aunque probablemente para este último tipo de viaje haya que esperar aún más si queremos llevar entes orgánicos. Nuestros trabajos se equilibrarán entre los físicos e intelectuales, en función de las especializaciones que hayamos creado y estimulado a través de mejoras.

Por ahora la mejor salida a un planeta lejano será a través de un nuevo medio de viaje que afortunadamente será rápido, aunque desconocemos a qué precio. Las agencias espaciales tomarán un escaneo completo de nuestros cerebros, capturando cada detalle de su configuración computacional. Nuestros patrones, o mejor dicho, nosotros mismos seremos cargados y enviados a los planetas, y allí, nuestros cerebros se reconstruirán a partir de materia que está configurada precisamente de acuerdo con la información del escaneo para poder ser impresa en carbono y silicio. Debido a que, al menos en principio, la configuración computacional del cerebro se puede preservar en un medio diferente, es decir, en silicio en lugar de carbono, con las propiedades de procesamiento de información del circuito neuronal original preservadas, el computacionalista rechazaría la visión materialista de la naturaleza de las personas y no vería ningún problema en ello. He de decir que tampoco es necesaria la eliminación del original si la copia tiene una vida finita y si su labor también lo es, con lo que se reduce el riesgo de replicación y también la eliminación del ente orgánico original. El problema vuelve a ser el mismo, si el patrón que se replica es la identidad misma o es otra cosa, porque seguimos queriendo engañar a la muerte. No tiene sentido invertir tantos años en tanta mejora artificial y estar expuestos a la muerte natural, pero eso dará igual si queremos trascender, dará igual que seamos muchos o uno solo.

Ahora es 2100. Durante años, los desarrollos tecnológicos mundiales, incluidas sus propias mejoras, han sido facilitados por las IA´s superinteligentes. De hecho, la creación de superinteligencia puede ser la última invención que los seres humanos necesitarán realizar, ya que las superinteligencias podrían hacerse cargo de un mayor desarrollo científico y tecnológico, y la lenta adición de circuitos neuronales cada vez mejores ha dado como resultado que no haya una diferencia intelectual real de tipo entre nosotros y la IA superinteligente; nosotros también seremos superinteligencias, criaturas con la capacidad de superar radicalmente a los mejores cerebros humanos en prácticamente todos los campos, incluida la creatividad científica, la sabiduría general y las habilidades sociales. Probablemente también formemos una superinteligencia colectiva, con organización eusocial, porque en toda forma de organización social superior se encuentra la comunicación como uno de los medios más efectivos para la actuación en grupo. Seremos eso, grupos que forman grupos aún mayores pero que en el fondo todo se establecerá como unidad y lo que no entre en ella quedará atrás, o será eliminado.

Referencias:

  • Kurzweil, R. (1999), The Age of Spiritual Machines: When computers exceed human intelligence. New York: Viking.
  • Kurzweil, Ray (2005). The Singularity is Near: When Humans Transcend Biology. New York: Viking.
  • Schneider, S. (2008). Future Minds: Transhumanism, Cognitive Enhancement and the Nature of Persons.

Canción recomendada:

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